[book review] Manfredi Moreno reviews “Naissances” by Frédéric Jacquet, in: Investigaciones Fenomenológicas vol. 18

Introducción

La idea principal de nuestro autor es la de edificar una filosofía en tanto filosofía del nacimiento. Todo comienza a partir de una fenomenología que se asombra ante el enigma propio del acontecimiento del venir al mundo, de la emergencia del alumbramiento y del alumbramiento cosmológico del dar a luz. En este sentido, la reducción fenomenológica se reformula en términos de una epojé natal que pretende substituir la cuestión del nacimiento a la cuestión del ser. El fenómeno del dar a luz abre una reflexión sobre el origen y el surgimiento de toda cosa bajo el prisma de una natalidad fundamental que no solo releva la cuestión ontológica, sino que además encuentra una respuesta propiamente fenomenológica al enigma del ser. No tan solo el ser es aparecer, sino más radicalmente aun el aparecer es nacer. Es por esta razón que la fenomenalidad se descifra a partir de la figura de lo natal, y la realidad es relativa al fenómeno absoluto del nacimiento.

El nacimiento como fenómeno absoluto

Para empezar, nos parece preciso señalar que Naissances (Zeta Books, 2020) es la prolongación de un itinerario intelectual que se impone no tan solo por su coherencia sino por su riqueza y profundidad innovadora en el campo actual de la fenomenología que hace de Frédéric Jacquet una de las figuras más importantes de la nueva generación de fenomenólogos franceses. Por un lado, considerando las tres impresionantes y completas monografías sobre Mikel Dufrenne (Nacer al mundo. Ensayo sobre la filosofía de Mikel Dufrenne, Ediciones Mimésis, 2014), Jan Patočka (Patočka. Una fenomenología del nacimiento, Ediciones CNRS, 2016) y Henri Maldiney (La Transpasibilidad y el acontecimiento. Ensayo sobre la filosofía de Maldiney, Ediciones Classiques Garnier, 2017), y por otro, tomando en cuenta su Metafísica del nacimiento (Peeters, 2018), no podemos sino constatar la tentativa intelectual de construir la filosofía como filosofía del nacimiento, y esto a partir de una fenomenología que define la vida según una natalidad cosmológica, lo que equivale a considerar la condición humana desde una natalidad dinámica que descubre al hombre como siendo una perpetua e interminable interrogación. La fenomenología se renueva ante el enigma del nacimiento y se reformula ante el enigma de la natalidad. Por lo mismo, el pensamiento del nacimiento es un pensamiento sobre el origen y el surgimiento de todo lo que es, y, en consecuencia, la natalidad es lo absoluto ante lo cual todo es relativo. Si consideramos que lo absoluto es aquello que no depende de ninguna otra cosa para ser, portando así en su seno la razón de su propio ser, o bien, que es absoluto lo que no proviene de ninguna condición, siendo lo incondicional de lo cual todo depende, entonces se precisa reformular lo absoluto a partir del nacimiento para elaborar una fenomenología del fenómeno absoluto del nacimiento. Jacquet introduce una lógica del nacimiento que pone en el centro del debate el fenómeno del nacimiento y que, desde nuestra perspectiva, permite redefinir el pensamiento de lo absoluto para establecer el nacimiento como lo absoluto del pensamiento. En efecto, el fenómeno del nacimiento posee una singularidad tal que quizá lo vuelve irreductible a estos, debido al hecho que “nacer, es advenir sin ser la causa ni la razón de su propia venida” (p. 9). Por lo mismo, todo parece indicar que la lógica del nacimiento es una suerte de contra-lógica considerada desde el punto de vista de la lógica metafísica que encuentra una razón de ser al orden de los fenómenos, siendo la lógica natal una verdadera anti-lógica. La filosofía de Jacquet descubre en el nacimiento la posibilidad misma de la filosofía, en este ser que no parece tener ni causa ni razón de ser, y que logra responder a la exigencia propia y natal de la fenomenología, a saber: pensar según el a priori universal de la correlación. Esta es la razón por la cual la natalidad fenomenológica ofrece un acceso inédito para pensar el ser del sujeto, y en particular el sujeto de la correlación, el cual podría no haber sido, de modo que, si bien la natalidad porta la pertenencia cosmológica entre el sujeto y el mundo, no obstante, bien podría pasar que nunca hubiésemos existido, lo que viene a colorear nuestra existencia de una contingencia radical e incontestable. En este contexto, lo absoluto del fenómeno del nacimiento es su radical contingencia, y la impugnación de la existencia encuentra su respuesta en el acontecimiento fenomenológico del nacimiento, del surgir y de la natalidad – si bien nada pudo haber sido, la vida se afirma en su fragilidad y en su vulnerabilidad.

Al mismo tiempo, nacer no es solo relativo a una contingencia inexpugnable, sino además es el nombre de una separación del cuerpo de la madre y del mundo en su ser amniótico, nuestra existencia realizándose como una separación del mundo en el mundo, de manera que existimos en la separación y en la manifestación de la contingencia de nuestra existencia lo cual revela el carácter a la vez enigmático e ineludible de nuestro ser en el mundo, que no es sino un nacer en el mundo. Se trata entonces de comprender la lógica natal como una formula arqueológica del retorno a las cosas mismas, lo que equivale a pensar una estrategia que capte las cosas en su estado naciente. Es por lo cual la filosofía debe liberarse de la lógica de la identidad para observar el verdadero sentido de lo singular, y es así como una filosofía del nacimiento descubre la singular contingencia de la existencia humana. El objetivismo es lo que reifica y petrifica, según nuestro autor, la realidad a partir de las lógicas de la identidad y de la razón suficiente, lo que al mismo tiempo conlleva un olvido de la finitud, que es simultáneamente un olvido de lo natal. No se trata pues de un olvido del ser, sino más bien de un olvido de lo natal. La fórmula fenomenológica rezaría de la siguiente manera: tantas maneras de nacer, tantas maneras de existir y de aparecer (p. 17). Este gesto filosófico nos parece desnudar a la vez la densidad óntica de la esencia como la densidad ontológica de la existencia, lo que a su vez pretende rescatarnos de este olvido de la finitud por la actitud natural y proceder a una interpretación de lo singular más allá del prisma dominante del principio de identidad y de la razón suficiente. En una palabra, la razón y la identidad no es suficiente para pensar la singularidad de lo que es, necesitándose una lógica natal que descifra todo orden fenomenal a partir de una neutralización del principio de identidad en favor de una epojé natal. Pero ¿qué es lo que revela la lógica de la natalidad y qué manifiesta lo natal en términos de identidad? Nacer significa venir al mundo sin razón alguna, no hay razón que de cuenta de la maravilla y de lo asombroso del fenómeno del nacimiento, y en esta línea, vivir consiste en un movimiento de co-nacimiento con el mundo que marca nuestra vida como acontecimiento. Venimos al mundo sin razón alguna, y esto es lo que condiciona nuestra condición humana en términos de una natalidad de co-nacimiento1 con y en el mundo. Esta natalidad cosmológica exhibe lo natal como el ser del fenómeno y la natalidad vendrá a definir el ser del sujeto en cuanto tal, de modo que “hablar de lo natal equivale a poner el acento en la dinámica aparicional de la que no tengo la iniciativa al punto que ella deviene

acontecimiento. El fenómeno es entonces natal” (p. 21). Lo natal inaugura un mundo y al mismo tiempo se revela como siendo sin causa. Cabe destacar que el fenómeno es siempre, lo que será importante para lo que sigue, una eclosión de mundo, o, dicho de otro modo, el fenómeno es manifestación de sí mismo como a la vez manifestación de mundo, lo que vendrá a reformar la determinación de la verdad, siendo la fenomenología del nacimiento la tentativa de pensar una verdad natal de todo ser. La reflexión sobre el nacimiento descubre una teoría especifica sobre la verdad. En efecto, una característica del nacer es su retraso constitutivo e irreductible: “yo nazco sin que jamás yo sea la causa de mi existencia” (p. 29), por lo que nacer no sería otra cosa que no ser la causa de sí mismo, siendo mi ser esencialmente en retraso respecto a su propia emergencia en el mundo; es imposible ser contemporáneos a nuestra venida al mundo, puesto que es por el nacimiento que vengo al mundo, razón por la cual el nacimiento sería más bien del orden del acontecimiento. Así, no solo la verdad, sino el ser de cada cosa, y más aún, el ser del sujeto es definido a partir de esta lógica del retraso que denota un retraso esencial de toda existencia ante el acontecimiento de su aparición en el mundo. Es por lo que podríamos decir que el hombre se encuentra permanentemente en búsqueda de sí mismo, lo que inaugura una hermenéutica sin fin en términos de una fenomenología del nacimiento, cuestión que es asumida por el propio Jacquet interpretando su fenomenología a partir no solo de una antropología y una hermenéutica, como a su vez de una metafísica particular del nacimiento, sino además proyectándose como una ética, estética y una política que solo una fenomenología del acontecimiento del nacer podrá sopesar. Una vez más, la existencia humana nace desde una ausencia radical de todo fundamento, una ausencia fundamental de razón suficiente que designa el fenómeno del nacimiento, y del nacimiento como ser del fenómeno. Si bien por una parte todo hombre posee un origen, esto no equivale a que, por otra parte, este origen posea un fundamento. La razón del nacimiento es la ausencia de toda razón de ser, y, por lo tanto, el origen del nacer carece de fundamento. De manera paradójica, el nacimiento no es algo que nos permita dar cuenta de lo real y de las cosas, sino que el nacer es justamente relativo a un aparecer sin razón alguna. En consecuencia, el acto de nacer abre nuestro ser desde un retraso esencial sobre sí mismo que hace que él no sea causa de sí mismo, de manera que el fenómeno del nacimiento deshace el imperio de la razón en su pretensión de objetivar lo real, lo que a final de cuentas destina al hombre a una interpretación infinita de su propio ser.

Es por esto que la existencia humana está destinada a una tarea sin fin de búsqueda de sí mismo ante la carencia de fundamento, sin embargo, el nacimiento es algo pasado que no es sin embargo del todo sobrepasado, al contrario, es lo que especifica nuestra condición de seres natales. En este sentido, la natalidad existencial está definida por una plasticidad fenomenológica que es la situación de no solamente nacer en el mundo sino renacer en el seno de dicho mundo que nos alberga: “la plasticidad natal llama a una dinámica existencial” (p. 30). Es así como la natalidad erige una plasticidad existencial de nuestro nacimiento que se concretiza en una panoplia de momentos como la fatiga, el hábito, el sufrimiento, el amor, la enfermedad, la felicidad, etc. La arqueología de esta natalidad descubre una cosmología del nacimiento que subvierte toda ontología para pensar el fenómeno de la vida en su dimensión de Natalidad o de Eclosión.

La vida como eclosión

Si la vida carece de fundamento, si el nacimiento descubre la ausencia radical de razón suficiente, en fin, si la razón de todo ser es que no hay ni razón ni fundamento alguno, podríamos pensar que el nacimiento define en cierta medida un principio de anarquía existencial, es decir, que el nacimiento es sin fundamento ni principio y que, por lo tanto, nada motiva ni comanda la venida al mundo de los seres. Esto no quiere decir que la vida carezca de lógica y sea anárquica, sino que se trata de señalar que la vida en su aparición es sin principio ni fundamento. Esta lógica del nacimiento renueva el sentido de la metafísica a partir del hallazgo de una teoría del acontecimiento al principio de la vida, de modo que la ontología y la metafísica, en sus principios históricos, necesitan ser reformulados y neutralizados en lo que concierne a los principios de identidad, de razón suficiente y del tercero excluido. Reconocemos así la vida como un evento anárquico que no viene a negar simplemente todo carácter lógico en el darse de los fenómenos, sino que restituye, a partir de esta natalidad anárquica, una lógica del fenómeno comprendido como acontecimiento, permitiendo de este modo redefinir toda identidad a contrapelo de la alternativa de lo mismo y de lo otro: el acontecimiento “no es lo Mismo que el mundo sin ser Otro que él” (p. 47). El ser del fenómeno entonces se precisa como la identidad de una diferencia que no va hasta la alteridad, o bien como la unidad de una identidad y de una diferencia. En este contexto, Jacquet piensa la fenomenalidad desde una anarquía fundamental que hace del fenómeno y del ser vivo un extranjero por excelencia, esto es, nada en el seno del mundo prepara la venida del fenómeno

y del ser vivo, lo que determina el carácter de acontecimiento de su venida al mundo, que puede a su vez ser pensada como algo imprevisible, como aquello que adviene sin que nada nos lo haga presentir. La anarquía y la extrañeza del nacimiento nos permiten comprender el ser del fenómeno a partir de la lógica natal del acontecimiento, puesto que, como lo señala Jacquet, y como lo ha formulado de manera clarividente Maldiney, el acontecimiento no se produce en el mundo, sino que es el mundo que se abre en el acontecimiento.

No obstante, si bien la vida carece de fundamento y se presenta desde una natalidad anárquica que nos vuelve extranjeros en el seno de la propia vida, cabe destacar que nuestra vida no esta condenada al absurdo. En primer lugar, la vida parece lo imposible mismo, como aquello que carece de razón en la textura de las cosas, lo que señala simplemente su emergencia anárquica en el contexto del mundo. Esto implica, en segundo lugar, que el sentido de ser de todo ser hace referencia a una separación metafísica respecto del mundo, dando nacimiento al acontecimiento de una vida que nada permite preverla y que sin embargo acontece y tiene lugar en el mundo. Es así como el vivir según la natalidad fenomenológica es equivalente a vivir en la separación con el mundo que tiene lugar, de manera tanto apodíctica como paradójica, en el mundo mismo. Dicho de otro modo, la metafísica del nacimiento es una metafísica de la pérdida, porque todo nacer implica una pérdida respecto del ser amniótico con el mundo y con la madre, sin embargo, existe una fecundidad de la pérdida que es simplemente la donación del mundo fenomenal y la realidad de lo que nos rodea. Es por lo que, finalmente, la imposibilidad de la vida es lo que vuelve posible la vida misma, constituyéndose así la natalidad fenomenológica en aquello que logra proscribir la imposibilidad de la vida sin empero definir sus condiciones de posibilidad (p. 56). Nada está definido y todo queda por hacer, sobretodo en lo que concierne al ser del hombre y su ser en el mundo, que no es otra cosa que un nacer-en-el-mundo.

Una nueva figura del sujeto: el “eclosoi”

Por consiguiente, el ser humano es un nacimiento que es del orden del acontecimiento, y que se caracteriza por ser una apertura que se da en el mundo, de modo que el hombre se encuentra siempre en camino hacia sí mismo, siendo su ser un ser-en-devenir que en el contexto de la fenomenología del nacimiento permite a Jacquet redefinir la noción de sujeto, proponiéndonos el interesante neologismo de “eclosoi”2 (un sí-mismo que es eclosión). El ser del sujeto es del orden de una ipseidad que se manifiesta como una eclosión que se da en el seno del mundo, siendo el sí mismo esencialmente definido como un devenir-sí- mismo: “su identidad no tiene nada de fijo y lo singular de nuestra vida coincide con un movimiento de singularización” (p. 62). La eclosión delimita el ser del sujeto en tanto que natalidad fenomenalizante, es decir, como singularidad en devenir que hace que el ser del sujeto se encuentre siempre en búsqueda de sí mismo, como si su ser consistiese en recorrer la distancia de su propia vida para encontrarse a sí, – y quizá el hombre no sea más que aquello, un camino por recorrer, la exploración de una distancia. Es así como la natalidad pone de manifiesto nuestra plasticidad existencial, que hace de nuestra vida un nacer continuo. Nuestra entrada en el mundo marca una separación umbilical que no es sino el pasaje de un ser acuático hacia une ser aéreo (p. 69), de modo que el hombre es la experiencia de esta pérdida del medio acuático del líquido amniótico, y toda experiencia se vuelve una experiencia de una caída sin fin, una suerte de pérdida del ser amniótico, y la fenomenología del nacimiento descubre nuestra experiencia como la prueba de la pesantez y de la ausencia de sostén. Es por lo que el dar a luz se inscribe en un proceso de diferenciación, que es a la vez un modo de separación y de ipseización. La venida al mundo es un acontecimiento que, a pesar de toda su falta de fundamento y su carácter asombroso e inesperado, es lo que sin embargo permite a una vida singular tomar lugar en el seno del mundo. Por otra parte, si la separación y la distancia es lo que parece caracterizar el fenómeno de venir al mundo, esto hace comprensible la necesidad del recién nacido de una atmósfera afectiva y lingüística para poder vivir. Razón por la cual, la vida humana no se limita a la mera sobrevida. No se trata de otra cosa que de la condición humana, del descubrimiento de la experiencia de la finitud en la cual el hombre desnuda su condición natal y asume que él no es la causa de su vida, que no puede ser causa sui y que no puede allanar su ser más íntimo sino es haciendo la experiencia del mundo y de los otros. En consecuencia, la fenomenología del nacimiento reconoce nuestra finitud como siendo una experiencia de ser en el mundo de una vida que se da en lo real y que existe en un mundo. Sin embargo, nuestro nacer continuo afirma del mismo modo que no somos nada de establecido, y así, el ser humano no es nada fijo y su fenomenalidad hacer referencia a un ser que sin ser nada no es nada de determinado. El dar a luz en tanto emergencia del sí-mismo nos descubre como nada de determinado sin ser una nada, de modo que el desarrollo fetal, el parto y la separación umbilical son momentos de una venida a sí que identifica el sentido de nuestra finitud en términos de una facticidad de un darse-a-sí-mismo sin causa ni razón alguna, y esta facticidad sin fundamento es lo que constituye nuestra natalidad existencial y que una fenomenología del nacimiento pone de relieve para pensar el ser de toda cosa a partir de dicha plasticidad natal que sin ser causa de sí, permite contra todo pronóstico, la emergencia de un sí-mismo como eclosión, que no es sino una cosmofanía emanando desde la inmanencia del sujeto y que lo abre a todo aquello que él no es y lo convierte en un eclosoi.

Nos parece legítimo insistir en que la lógica natal contrarresta la lógica metafísica de la identidad puesto que la matemática natal nos muestra que es incomprensible que a partir de la unión de dos seres se realice el nacimiento de un tercer ser, la concepción del infante siendo una incógnita matemática que recubre una lógica natal que descubre la singularidad fetal más allá del principio de identidad. El nacimiento como perspectiva filosófica exhibe que nuestro ser es esencialmente un experimentar, un ser de experiencias, que encuentra siempre una alteridad como el elemento constitutivo de nuestra singularidad, sea esta una obra de arte, una mesa de trabajo o la naturaleza, esto es, nuestra singularidad se abre desde la experiencia de lo otro que establece una metamorfosis de sí, siendo más aún todo sí mismo el lugar de una vida de metamorfosis fenomenológicas que dibuja la ipseidad de toda cosa en la encrucijada de todos esos encuentros y desencuentros que constituyen la trama y la natalidad de nuestra vida. Dicho de otro modo, la fenomenología de la natalidad define una nueva singularidad filosófica que es un nacer que co-nace con el mundo y los otros, siendo su ipseidad marcada esencialmente por este encuentro con la alteridad, siendo el ser del sujeto un alter-sí-mismo, un eclo-soi. De hecho, el neonato exhibe un nacer a sí que supone todo un juego de caricias, cariños y sonrisas que bañan la subjetividad del recién nacido en una atmósfera emotiva sin la cual este no podría simplemente ser y devenir quien es verdaderamente. Podríamos incluso decir que en el comienzo no fue el verbo sino la caricia, o más bien, la emoción (p. 91). La verdad es que la emoción requiere el elemento motor del cuerpo para realizarse, lo cual nos muestra que la vida se da en un elemento esencialmente relacional, de manera que es posible decir que lo que define el ser de toda cosa no es su racionalidad sino su carácter relacional. La lógica natal nos descubre como seres de relación y no tan solo de razón. Lo relacional como lógica natal hace ceder la racionalidad de lo real y descubre la racionalidad de lo relacional.

Cabe destacar finalmente que el eclosoi define un nacimiento fenomenológico que no es del orden de la auto-afectividad pura, siendo su ser más bien una vida-relacional-en-movimiento. Es por este motivo que Jacquet especifica el feto como un ser-con-otro (p. 92), a la ocasión, con la madre. Es más, la dinámica de ipseización descubre un devenir-sí-mismo del sujeto que no es sino un devenir relacional, de manera que todo sí-mismo no es solo un eclosoi sino un alter-sí- mismo en cuanto una excentricidad inherente a toda ipseidad. El punto es que el feto viene a contradecir toda lógica solipsista porque por definición el ser del feto se define desde otro ser que posibilita su mismo ser. De manera radical, podríamos afirmar que el bebe muere sin esta relación con los otros, es más, “la soledad es un contra-sentido biológico y existencial” (p. 97). Además, el nacimiento de una ipse en el infante implica un movimiento lúdico de relacionarse con el mundo que hace que el nacimiento de un sí-mismo se efectúe como una dinámica rítmico-emocional. De hecho, el juego permite al bebe, a partir de su textura rítmica y lúdica, de crear y de suscitar una distancia, una diferencia o bien una suspensión de la realidad que posibilita una dinámica de separación y de individuación, esto es de ipseización.

Descubrimos de esta manera la importancia del juego en el espacio de la fenomenología del nacimiento. El juego es importante en el devenir sí mismo del bebe, puesto que es una suerte de ritmo donde confluyen la repetición de un movimiento y la emergencia de lo imprevisible (sino no sería un juego) y de la sorpresa. Ahora bien, esta lógica lúdica es “una iniciación a la diferencia respecto a la madre que es experimentada por el bebe como siendo otro, y este despertar diferenciador es una de las matrices del nacimiento de un sí” (p. 93). Por otra parte, la sorpresa inherente al juego define una cierta potencia natal que se manifiesta a lo largo de la existencia, ya sea ante la rutina cotidiana que parece retenernos en una vida moribunda, de modo que nacer no basta para consolidarse en la existencia, puesto que se necesita del escalofrío de la aventura que nos hace respirar de nuevo y como renacer una vez nacidos, como si en definitivas la vida necesitase afirmarse a sí misma y renacer desde esta lógica lúdica inherente a la natalidad que nos da el sentimiento de existir, de nacer nuevamente al mundo.

Conclusión

El ser de toda cosa hace pues referencia a un ser de relación, como si el relacionarse con lo otro fuese parte esencial de la fórmula del sí mismo. Esto viene a radicalizar la individualidad del individuo que convierte a toda singularidad en la conquista siempre en ruta de su mismidad, y donde el hecho esencial de mundificarse se vuelve capital para un devenir sí mismo como un proceso de descubrimiento de sí en tanto proceso de trascendencia cósmica. En verdad, nos parece que con la figura del eclosoi la individualidad del individuo renvía a una especie de dualidad sin dualismo, como si el devenir-sí solicitase un sí mismo que deviene mundo y un mundo que deviene sí mismo. La lógica del nacimiento que nos ofrece Jacquet permite configurar una nueva figura de la subjetividad en tanto eclosoi que dice a la vez el movimiento de sí mismo y de eclosión de la ipseidad. El sí mismo consiste en definitivas en una dinámica de eclosión que hace encontrarnos en la relación con el mundo. Y como lo precisa nuestro pensador, esta noción nueva del sujeto permite romper no tan solo con la idea de identidad-substancia sino además con la idea de identidad-diseminada. Lo que hay que retener es la idea de un sujeto que es devenir-sí-mismo y que por tanto no es constituido de una buena vez por todas. El sujeto no es nada en sí mismo, descubriéndose en la relación con los otros y con el mundo, sin que este ser-para-el-mundo implique una disolución del sujeto. Pensar según el nacimiento y colocarlo en el principio de todo, nos permite decir que somos sujetos cósmicos, puesto que nuestra relación con el mundo es lo que circunscribe nuestra intimidad, siendo el eclosoi una suerte de cosmo-intimidad que no es otra cosa que una singularidad-de-relaciones. La intimidad es una suerte de cosmo-intimidad que efectúa la conquista de sí mismo en el mundo y con los otros, con las obras de artes y con el paisaje, y todo sucede como si en el seno de la vida del neonato, éste no solo se encontrase como una vida diferenciada respecto de la madre, sino además se descubre como una eclosión ipséica que realiza el acontecimiento metafísico por excelencia, esto es, el sí mismo que implica una lógica de co-nacimiento con el mundo en tanto singularidad e intimidad reformulada por la lógica natal. Esto equivale a pensar que somos siempre más que nosotros mismos, puesto que el nacimiento humano es la identidad realizada entre nuestra pertenencia al orden universal y cósmico, y la singularidad de nuestra vida. Y a Jacquet de resumir esta ipseidad eclosionada: “la vida se prolonga en la textura de mi vida” (p. 111), y esto de tal modo que el sí mismo no posee la iniciativa del ser, como si el acontecimiento de mi nacimiento viniese a desposeerme de mi propio origen. Dicho de otro modo, lo singular no es nunca insular sino más bien siempre relacional y cósmico. El carácter cósmico de mi vida que es la prolongación de la vida, o bien mi mundo que es la puesta en obra del mundo, es relativo a una dinámica de singularización de un proceso de natalización mediante la cual el ser del hombre se descubre como un nacer que es permanentemente solicitado por un renacer. La cosmicidad de la vida consiste precisamente en ese proceso, que no es relativo a una disolución del yo sino más bien una comprensión del sí mismo como una exploración sin fin, que aclara el fenómeno de la vida como aquello que se inscribe en el elemento de la vida, diferenciándose precisamente como una vida. En una palabra, el hombre es una vida cósmica que implica una geografía particular, de modo que mi pertenencia al mundo me infinitiza, esto es, me eterniza (p. 143). Del mismo modo, una cosa no se encuentra simplemente donde ella se encuentra, puesto que la espacialidad de la cosa no se limita a su localización geométrica, y la fenomenología del nacimiento descubre una espacialidad existencial que es lisa y llanamente una espacialidad cósmica: “una cosa se encuentra allí donde elle irradia: la espacialidad de todo lo que es consiste en una espacialidad de irradiación” (p. 143). En un lenguaje completamente poético, Jacquet descubre en esta espacialidad la especificidad del ser del hombre que consiste en una vida de viajero, en un ser siempre en ruta, una suerte de caminante sin fin que se descubre como trascendencia hacia el mundo. La ipseidad en su plasticidad me desnuda como una presencia viajadora, de modo que mi presencia es una figura de desposesión y de excentricidad del ego, y todo parece indicar que el sí mismo es una ipseidad aventurada, en una suerte de viaje hacia sí mismo. Es así como el nacimiento humano es una figura de cosmo-fanía: “nacer, es hacer aparecer un mundo según el cual el mundo transparece” (p. 148). Nos damos cuenta finalmente que la figura de esta nueva subjetividad describe una potencia cosmofánica del eclosoi que define precisamente su función fenomenológica, la cosmo-intimidad de nuestra vida comunica la cosmofanía de nuestro ser y todo parece indicar que me encuentro en el mundo para encontrarme en él, incluso si no es sino para perderme en su seno en una vida errante que deambula y que define nuestra condición de tarea infinita para el pensar.